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martes, 13 de octubre de 2009

Irena Dodal: una artista plena por Oscar Sandoval Martínez*





IRENA DODAL: una artista plena

(Buenos Aires) Oscar Sandoval Martínez


Los nombres de sus artistas estaban siempre en su afable y extranjero pronunciar. Los bailarines: Víctor Ferrari, Beatriz Ferrari, María Ruanova, Irina Borowsky, Maria Delia García, Isabel Admella (quien falleciera hace sólo unos pocos días); Norma Viola, Santiago Ayala - El Chúcaro -, Eber Lobato, Nélida Lobato, Josefina Serrano, Olga Ferri y Enrique Lommi.
Nosotros atendíamos a Irena y nos llenábamos el espíritu de dicha, de gozo artístico. Sus historias, anécdotas consumaban el descanso luego de ensayar una y otra vez ejercicios de dicción y vocalización.
La relevante y primera bailarina argentina, Señora María Ruanova, falleció en 1976. Al año siguiente, se descubrió una placa en el Teatro Colón. Todos los discípulos de Irena, asistimos a aquella ceremonia. Posteriormente en el Salón Dorado, se produjo una especie de recordatorio de la vida de esta primera bailarina. Entre otros, recuerdo haber visto a Niní Gambier y al Periodista César Tiempo.
Al concluir su discurso, Irena Dodal fue una de las más aclamadas. El público concurrente que desbordaba el Salón Dorado, prorrumpió en un interminable y dadivoso aplauso. En su decir Irena cautivó a todos los asistentes. Exclusivamente se limitó a conmemorar a María desde lo humano y lo artístico. Describió llanamente cómo se atarearon denodadamente aquellos bailarines durante la filmación de la película Apollón Musaguette, cortometraje de su autoría. Con música de Igor Stravinsky, y coreografía de George Balanchine. Dichosamente Europa la recuerda y conmemora este Filme que ha formado parte de una serie de cortometrajes que nada más y nada menos se proyectara durante el pasado año 2008 en el Festival de Cannes, Francia.
En varias oportunidades mientras estábamos en su Estudio, Irena nos relataba cómo había modificado el escenario de otro realizador para llevar adelante Apollón Musaguette. Ahora, lo recordaba de pie en el fastuoso escenario del Teatro Colón.
Había hecho pintar de color negro mate todo el ambiente de un estudio cinematográfico que le habían proporcionado y que debía compartir con el Director de otro filme. Cuando recordaba esto lo hacía sonriendo. A veces reía a carcajadas pero de esas locuras que sólo los artistas vislumbramos. Había ordenado pintar de negro profundo paredes y piso; a sus técnicos le había indicado desplazarse sin calzado. Esto, para que no dejaran señales que perjudicaran la imagen que pretendía lograr en cada cuadro.
En este filme no se advierte una base terrenal. Tanto Apollón, que interpreta el magnífico y talentoso Víctor Ferrari, con las musas que lo acompañan, parecen danzar en el espacio absoluto. Suspendidos en una dimensión celestial, intangible. La luminiscencia a pesar de una época donde técnicamente todo era manual; Irena lo había conseguido con lo atributos que posee una obra de arte de profundo valor estético.
Cada toma, cada retrato de sus artistas son indescriptibles y traslada al espectador al paraíso, a lo más extraordinario.
Nos relataba que una de sus bailarinas era tan joven que le costaba expresar el dolor de la parturienta madre de Apolo. Nos refería todos los artilugios de los que debió valerse hasta que su joven artista percibiera y lograra lo que le requería.
El bien dotado y perspicaz Víctor Ferrari, soportó el frío con su torso desnudo y sus livianas vestimentas. Se confortaban con apenas una taza de té caliente en ese gélido entorno. Cómo Víctor debió soportar la desnudez de su torso y el aceite que le conferiría el brillo necesario del rey Febo.
La continuidad significaba otro inconveniente. Los bailarines debían permanecer inmóviles en algunos cuadros para que la cámara captara desde otros ángulos con exactitud la secuencia que mudara a otra silueta. Al regalar al público presente en el Teatro Colón, pormenores de este trabajo tan maravilloso, y tan humano; el divismo se eclipsaba entre las estupendas candilejas de nuestro Coliseo. El compromiso del creador y su obra reinaban allí como las musas de Apollón en el celuloide.
La fotografía formidable. Los detalles de los tres pies diminutos enfundados en sus zapatillas de puntas, que al elevarse se inmovilizan y eternizan en la misma línea del horizonte. Música, coreografía, bailarines excelsos, directora talentosa. Una cinta cinematográfica perdurable para que alguien tan joven como lo era yo pudiera admirar de cerca. Orgulloso de conocer a Irena. De compartir junto a ella mis horas como estudiante. Para mí el aprendizaje estaba presente en todo momento. A veces, en la actualidad ante mis actores me pregunto ¿cómo lo haría ella? Después me dejo llevar por mi inspiración porque la grandeza de Irena Dodal, estaba en permitirnos crear y ser propulsores de nuestra propia creatividad.

(c) Oscar Sandoval Martínez *

Oscar Sandoval Martinez es director  de teatro del Grupo De Los Actores



imagen: Víctor Ferrari en la película de Irena Dodal "Apollon", 1951.(fuente: Historia General  de la Danza en la Argentina, Edición del Fondo Nacional de las Artes)

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