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miércoles, 8 de mayo de 2013

Los galgos o la opaca belleza de lo triste - María Cristina da Fonseca




(Buenos Aires)

Conocí a la escritora chilena María Cristina da Fonseca a través de amigas comunes. Fue así que ella viajó a Buenos Aires y nos conocimos personalmente, también el círculo de amigas y amigos comunes  se fue ampliando, vino al café La Biela donde nos reuníamos en una tertulia literaria de la escritora María Esther de Miguel. María Cristina  vino a Buenos Aires a participar en varias mesas redondas que organicé en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires con la revista Archivos del Sur , y la amistad continuó hasta su muerte en 2006.
A María Cristina le gustaban los cafés de Buenos Aires, siempre que venía quería conocer alguno nuevo, entonces le recomendé visitar Los galgos, en la avenida Callao esquina Lavalle.  Entonces, cuando ella conoció el lugar,  el café todavía no había sido refaccionado y parecía detenido en el tiempo. Quise rescatar esta nota, en recuerdo de una amistad y el gusto común por la ciudad de Buenos Aires  y algunos de sus lugares más notables. Los cafés de Buenos Aires tienen ese no sé qué..., parafraseando al tango.


“ Los Galgos ” o la opaca belleza de lo triste"

 (Santiago de Chile) María Cristina da Fonseca

 “Tienes que ir a "Los Galgos". Está intocado: tal como lo fundaron, en 1930”, me dijeron en"La Biela". En medio de la camaradería propia de la tertulia que allí se lleva a cabo cada mañana de sábado (1), se hablaba sobre los cafés y confiterías que era imperativo ver, en Buenos Aires. Persiguiendo las sombras de Borges y Alfonsina, mi hija y yo, presas de misticismo literario, nos habíamos adentrado por las doradas penumbras del sacrosanto “Tortoni”. En la resurrecta confitería "Las Violetas" , habíamos celebrado, asimismo, la transparencia de los vitrales , gozado de las arañas de cristal y de su suntuoso ambiente de fiesta, realzado por los regocijos y adornos de diciembre. Ahora, nos enviaban a un café que una vez fuera casa de familia, fábrica de máquinas de coser, botica , bar – almacén, cuyas tres puertas se abren y cierran sobre dos barrios distintos. Caía una fina llovizna cuando salimos hacia Lavalle con Callao. Nadie nos advirtió, pero la intuición lo decía: a "Los Galgos" se debe ir en horas de agua y tristeza. Estábamos por descubrir la relación existente entre los cafés de Buenos Aires y los estados de ánimo de sus habitantes. Era plena mañana, pero un abatimiento espeso y palpable se aposentaba sobre las mesas. Desde lo alto de la maderería de los estantes, un galgo negro y un galgo blanco de yeso se mantenían expectantes. Los retratos de muchos otros perros de anteojos, chaqueta y corbata colgaban bajo un cielo de pintura descascarada. Sobre el mesón, una chopera en desuso brindaba la frescura del agua a través de su cuello de ganso; varias hojitas de papel manchaban de poesía las paredes… Desperdigados en una atmósfera extinguida en el resto de la ciudad, varios hombres tomaban café sin entusiasmo, la mirada para adentro, sumidos en sí mismos. Con un cigarrillo deshaciéndose en humo entre los dedos, otros contemplaban el vacío, o sus propias cenizas. Los allí reunidos, casi todos varones en edad crepuscular, parecían adelantar la mustia celebración de un naufragio . Ejercían el silencio y sufrían por causas imprecisas. El paso del tiempo les provocaba, quizás, deseos de llorar,….. tal como al personaje de Fernando Vallejo.(2) Huyendo de muchas intemperies, aquel disperso puñado de seres había buscado refugio en "Los Galgos", en un tácito acuerdo de acompañarse a la distancia y sin palabras, dando testimonio de las pérdidas propias de estar vivo. Aunque, claro, esa bien podía ser una mera apariencia. Afuera hacía ya mucho que las locomotoras y tranvías de ayer habían dejado de pasar. Pero la lluvia seguía cayendo, con el abierto propósito de subrayar el desanimo imperante en el bar. Esto me pone triste, pero no quiero irme, comentó mi hija aspirando el aire circulante. Al pie de los galgos de yeso crecía un lugar opacamente hermoso, donde nadie se sentía obligado a mostrarse alegre ni a exhibir triunfos. Habíamos caído en el hechizo. . Un indescriptible magnetismo nos impedía tomar distancia de aquella geografía de manteles y sillas donde se conjugaban las muchas variedades de lo triste. Nos retenía quizás el encanto de sus gastados enseres que desprendían un brillo apagado, capaz de opacar el centelleo de una lámpara de cristal y de poner en evidencia la banalidad de ornamentos no hechos, deshechos o rehechos por el transcurso de las horas. Los parroquianos de aquel peculiar limbo con olor a café, irradiaban una rara grandeza…. Al mirarlos, era imposible no pensar en lo precario de nuestros triunfos y en la heroicidad del fracaso. Algo en ellos inducía a recordar a esos hinchas, dispuestos a acompañar a su equipo a sabiendas de que no va a ganar.. Tal como a los galgos que daban nombre al recinto, aún al margen de muchas competencias, se les adivinaba dispuestos a resistir cualquier derrota y a mantenerse fieles a ella. Más que un lugar real, el café "Los Galgos" es un estado de ánimo, sin tiempo y sin historia. Disposición de mente común a todos quienes gusten de las cosas tristes.. y por la cual es posible transitar o deja de transitar por el sólo hecho de cruzar cualquiera de sus tres puertas . Comprendí, finalmente, la razón de existir tantos bares, cafés y confiterías en Buenos Aires y por qué allí cada cual además de tener su propio y personal lugar donde beber, acude a dos o tres más según a los cambiantes movimientos de su alma. Privilegio que sólo es posible gozar en una ciudad dotada de la extraña capacidad de brindar a cada uno de sus habitantes el café que necesita.

(c) María Cristina da Fonseca

 (1) Todos los sábados por la mañana la escritora María  Esther de Miguel suele citar a sus colegas y amigos al bar "La Biela" (“) La Virgen de los Sicarios.

crédito de la fotografía: Araceli Otamendi



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